Honguito de Incachule – Un
hielito para despuntar el vicio.
¡Aquí es! dijo el Pato. Y casi al mismo tiempo,
luego de estacionar con premura en un recodo del Angosto de Incachule, la vimos,
bajo las sombras matutinas, entre medio de las rocas. Aún con su pequeñez y
modesto esplendor nos pareció soberbia, tanto como una pepita lo es para un
afiebrado del oro. En éstas, nuestras tierras de alturas yermas y resecas,
encontrar una cascadita tiene para el amante del hielo el valor de una pepita.
Algunos días antes había recibido un e-mail
del Pato que traía adjuntas fotos de una cascadita que vio de camino a Pastos
Grandes, a unos 20
kilómetros de San Antonio de los Cobres. Sin demoras le
contesté algo así como “Entre rocas y terrones, todo hielo se ve bueno” y armé
de inmediato el programa para visitarla el próximo fin de semana.
A las 18.30 del sábado 21/07/12 partíamos de
Salta con rumbo a San Antonio, el Pato (Patricio Payrola), Molli (Alejandro
Mollinedo) y yo, con el entusiasmo propio de estar yendo a lo que tanto nos
gusta. Poco después de las 21:00 nos instalamos en el Hostal del Cielo de San
Antonio de los Cobres (chivito en canje por descuento en precio del hospedaje).
Pero, más tarde en la noche, no nos fue tan bien en los locales de comidas
donde los precios, al igual que nuestro tren turístico, están por las nubes.
Por la mañana del domingo, esperando que el
solcito caliente un poco para cuando llegáramos a destino, esquivando calaminas
cuando no camiones y atosigados por la polvareda, dejamos la Ruta Nacional 51 y nos
adentramos en la Provincial
129 que lleva hasta Santa Rosa de los Pastos Grandes y pasa por nuestro
destino, el Angosto de Incachule a 4.100 metros de altura.
Viéndola con detenimiento sí que es pequeñita.
Honguito de hielo brillante
aflorando entre las rocas rojizas y derramándose en carámbanos hacia abajo; se
ve cristalino, estratificado, frágil y
duro. Tiene todo el aspecto del menos deseado de los
hielos, del que guarda gran similitud con el vidrio de botella.
Y allí fue el Pato de primero, con decisión, a
experimentar lo que aprendió de las polvorientas prácticas en las palestras de
tierra en El Lampasar, en “La
Primera ” y en la “Macha Maza” del Terrón de Maury. Lo intentó
primero por los carámbanos de la izquierda pero se desprendió un gran bloque de
hielo con los primeros pioletazos. Un poco a la derecha la cosa estuvo más
accesible aunque todavía complicada. Colocó algunos tornillos con mucha
dificultad; el hielo tan duro, frágil y de poco espesor dejó los tornillos contra
la roca subyacente y apareciendo la mitad de su longitud. Estratos de hielo
explotaron con cada golpe de piolet, obligando a repetir los golpes hasta
quedar anclados con firmeza. Progresó hasta quedar trabado en la salida; probó
de una y otra forma hasta que, con algunos movimientos poco técnicos escalando
en roca en el último movimiento, consiguió encaramarse en un hueco entre rocas
al final del hielo. Tenía hecha la vía de hielo, pero le faltaba salir entero hasta
lugar seguro recorriendo con crampones una travesía de unos 10 metros por un angosto
y expuesto escalón de roca suelta.
Y así fue que el Pato, que conoce de escalada
en roca, concretó al fin su primera apertura de una vía en hielo. Puede no
significar mucho, pero para él, que tiene tantas ganas de sumergirse en el
mundo del hielo, este pequeño logro marcará un antes y un después en sus
aspiraciones como escalador técnico integral de roca y de hielo.
Cuando me tocó el turno comprobé con dureza
que las dificultades que tuvo el Pato no eran solo producto de su poca
experiencia en hielo sino que la cascadita tenía lo suyo. El problema para
salir de la vía me resultó difícil de resolver y tuve que acudir también a
artilugios poco ortodoxos para salir del hielo y encaramarme en la relativa
seguridad de la roca. El intento de Molli terminó a mitad de la vía cuando
reventó uno de sus dedos contra el
hielo.
De vuelta abajo me dije que en ese hielo
explosivo funcionaría perfecta la hoja semitubular del piolet de Molli, pero el
hielo era tan malo que aún con esa hoja el hielo explotaba.
Era cerca de medio día y el objetivo del viaje
estaba cumplido por lo que pusimos atención a otras bondades de este Angosto de
Incachule. Por la estrechura del paso, los grandes camiones que marchan
rugiendo hacia las minas, casi tocan las rocas. Hacia el otro lado del camino un
pequeño arroyo y más rocas. Placas, diedros, fisuras y algún techito, conforman
un entorno en miniatura y compacto, ideal para escalada en roca por vías cortas
de hasta altos grados de dificultad en deportiva y tradicional.
Para completar la jornada y con Molli dando
seguro, Pato intentó un diedro pero se le puso peliagudo y desistió a un tercio
del recorrido. Entonces encaró con prisa una rutita de poco grado muy cercana a
la cascadita.
Enormemente satisfechos dejamos Incachuli a
las 15:00 y llegamos a Salta a las 18:15.
Rodolfo Ramos Cointte